No siempre las palabras funcionan por más que nos repitamos que lo hemos superado. No sabemos nada de nosotros mismos y al tiempo pensamos que nos conocemos del todo. Pensé que lo peor había pasado, que había batido el récord apretando la almohada y había conseguido desmayarme del dolor. Pues no, hace un par de horas volví a sorprenderme.
Dejaba fluir líquido por mis ojos para vaciarme por dentro y dejar de sentir, pero mis manos empezaron a temblar y mantuve mi mirada fija en ellas perpleja. Lo peor estaba por venir. Sentí miedo y no supe qué hacer. Al menos había conseguido aparcar el coche cerca para no olvidarme dónde estaba. No quería alejarme mucho sola, no puedo confiar en mí en este tiempo. Rondaba pisando fuerte las calles por temor a que el suelo se hundiese y yo con él. Cuatro pasos arriba, cinco abajo, seis arriba, tres abajo. Mi instinto me decía que subiese, que lo positivo se encuentra en la cumbre de lo que pisas pero mi mirada ya estaba perdida. Totalmente perdida.
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